miércoles, 1 de octubre de 2014

Habitación número 29

Jugamos a las tinieblas. La mujer se da la vuelta y yo me meto en el armario, debajo de la cama, detrás de la silla, y ella avanza en la oscuridad, se golpea con la cama, con la esquina del escritorio, con el almohadón que he dejado en el suelo, y me tapo la boca para que no me oiga reír. Y la mujer dice mi nombre, me llama a gritos como si yo estuviera lejos, pero yo no respondo y nunca me pilla, le pellizco por sorpresa los tobillos desde debajo de la cama, salgo del armario de puntillas y le doy un susto por la espalda, ella chilla y luego ríe y dice que soy muy lista y que otra vez. Pero yo ahora quiero jugar a los indios y vaqueros, y yo soy una india y tengo el pelo largo y negro, y le ato las manos con su cinturón y bailo a su alrededor y la mujer pone cara de miedo porque cree que le voy a cortar la cabellera. Y me dice que cante, que cante alto, porque eso es lo que hacen los indios cuando capturan a un vaquero. Es una mujer simpática y también es una mujer importante porque da órdenes y todos obedecen, y me ha traído a esta habitación y mi padre no ha dicho nada, se ha quedado con mi madre porque ya viene mi hermano, lo está sacando mi madre de su tripa. Eso me lo ha dicho la mujer aunque yo ya lo sabía. Y yo canto y la mujer canta, pero me canso de girar y me siento en el suelo. Y entonces se escucha un grito y la mujer me dice que si quiero un caramelo y se mete una mano en el bolsillo de la chaqueta, y luego extiende los puños y me dice que si adivino dónde está el caramelo me lo da. Y yo señalo una mano pero está vacía y de todos modos me lo da. Es rojo y se me pega a los dedos y sabe a fresa. Le doy vueltas en la boca y hace ruido al chocar con mis dientes. Y la mujer me dice que a qué quiero jugar pero entonces se oye un grito y su cara se pone seria, y luego se oye otro grito y yo muevo el caramelo con la lengua para que dé golpes contra mis dientes. La mujer pone su mano en mi cabeza y me revuelve el pelo, se ha olvidado de jugar y mira a la puerta de la habitación que está cerrada. La mujer me despeina aunque no me importa porque ya parezco una salvaje, me lo dice siempre mi madre, que parezco una salvaje con estos pelos y me lo dice triste aunque no sé por qué, a mí me gusta ser una salvaje. ¿A qué jugamos?, dice la mujer, y otro grito, y el caramelo es tan pequeño que ya no hace ruidos en mi boca.

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Raíces.

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