martes, 7 de octubre de 2014

Habitación número 59

La habitación número 59 se ha incendiado. No sabemos cómo ha pasado pero el fuego ha empezado en el televisor y luego se ha extendido por el escritorio y la silla. Una gran llama que ha iluminado el pasillo de la quinta planta y al principio todos nos hemos quedado mirándola, maravillados. La señora Montfort, la huésped de la habitación número 59, estaba en bata en el pasillo y sonreía. Le hemos preguntado si estaba bien y nos ha indicado que sí con un alegre movimiento de cabeza. Sus gafas se han deslizado hasta la punta de su nariz y allí se han quedado. Luego, nos hemos organizado para apagar el fuego, hemos hecho una cadena desde la cocina hasta la habitación, atravesando el comedor, escaleras arriba, y nos hemos ido pasando cubos, vasos, jarrones con agua. Poco a poco, el fuego se ha ido extinguiendo y cuando sólo quedaba una pequeña llama anaranjada subida a uno de los brazos del perchero la señora Montfort nos ha pedido que no la apagáramos, que sería como tener una vela silvestre en la habitación. Le hemos preguntado que si no tenía miedo de que el fuego pudiera extenderse otra vez y nos ha dicho que tiene suerte porque puede elegir cómo va a morir y no todo el mundo puede hacerlo, así que nos hemos ido satisfechos.
De todos modos, lo hemos hablado mientras preparábamos la comida y no hemos podido evitar sentirnos preocupados. Hemos vuelto a subir hasta la habitación para ofrecerle un cambio, que se traslade a la habitación número 38, que está libre aunque es verdad que el somier está estropeado. Ella estaba mirando la mancha negra que ha dejado el humo en la pared donde antes colgaba el televisor. Se parece a Manuel, ha dicho. Y luego nos ha contado que Manuel fue su novio, hace muchos años, pero que murió trabajando en una obra, se le cayó un muro encima y ella se quedó esperando. Y ahora su rostro está en la pared de su habitación. Tuvo que ser muy guapo, le hemos dicho, y luego, mientras bajábamos las escaleras, hemos discutido porque algunos no han visto el rostro de Manuel sino otras cosas: un sol atardeciendo, un perro con la lengua fuera, una tarta de galletas y chocolate.
Esta mañana le hemos llevado el desayuno a la habitación, porque a la señora Montfort le cuesta bajar las escaleras hasta el comedor, pero no nos ha abierto la puerta. Hemos llamado tres veces y al final hemos tenido que usar la llave maestra. La hemos encontrado tumbada en la cama, con los ojos muy abiertos detrás de las gafas y una sonrisa en los labios: miraba a Manuel en la pared. Ya no respiraba. Hemos pensado que quizás ha sido por inhalar el humo de la llama que baila en el perchero pero luego nos hemos dado cuenta de que eso es imposible.

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Raíces.

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